Comentario de opinión de Jairo Velasco sobre la actualidad del Burgos CF.
Para quien no respira fútbol, resulta casi imposible comprender la intensidad que se desata en un derbi. Desde fuera, puede parecer un simple partido más: veintidós jugadores, un balón y noventa minutos de juego. Pero para quienes viven el fútbol como una pasión heredada, un derbi es mucho más que eso: es historia, orgullo, rivalidad y pertenencia.
Es una cita marcada en el calendario emocional de una ciudad, donde los colores no son solo los del uniforme, sino los de la identidad misma. Explicar por qué un encuentro puede dividir amistades, paralizar calles o desatar lágrimas de alegría y rabia es tan difícil como tratar de traducir una emoción: solo quien lo siente puede entenderlo.
La semana había servido como preludio de lo que traería consigo el domingo. Demostración de respaldo y fervor de una afición que entendía este partido como un posible punto de inflexión en una rivalidad en la que llevamos muchos años pareciendo el equipo inferior. Un recibimiento y un tifo que de nuevo vuelve a enorgullecer a la ciudad entera completaron un ambiente más propio de playoff que de novena jornada de liga regular.
Ahora, el camino hacia el triunfo le pertenecía a los verdaderos protagonistas, los que se visten de corto, esperando que correspondieran todo lo recibido hasta el momento del pitido inicial. Sería injusto reprocharles las ganas y la intensidad de sacar adelante un partido en el que ambos conjuntos salieron a sabiendas que sería una guerra de trincheras, pero aún con ese empuje, la falta de ideas y mecanismos nos alejaron de una victoria para la que no hicimos ningún mérito.
Indudablemente estamos atravesando una crisis. Si bien los resultados estaban tapando el mal momento futbolístico que atravesábamos, estas dos derrotas consecutivas sacan a la palestra los déficits de un equipo que no muestra una gran actuación grupal completa desde el partido en Riazor. Parecemos haber entrado en fase de involución, y eso es lo que se presume como lo más preocupante.
Un solo disparo a puerta en todo el partido y una sangrante estadística de cero coma veintidós goles esperados a favor ilustran a la perfección una desoladora falta de creación en la que encadenar más de tres pases seguidos en zona de ataque resulta una labor altamente complicada. Tampoco fuimos capaces de ponerles en apuros mediante el balón parado, arma importante para desatascar este tipo de partidos, sin jugadas especialmente preparadas como la decena de saques de banda largos que ensayamos sin un objetivo claro más allá de meter el balón en el área.
Mucho trabajo el que se acumula en la oficina de un Luis Miguel Ramis que empieza a ser señalado por parte de la afición como el responsable de esta carencia de lucidez. Los cambios de esquemas y jugadores difícilmente comprensibles y ausencia de autocrítica en las ruedas de prensa están provocando hartazgo entre un burgalesismo que este año si que veía mimbres como para adoptar ese protagonismo que una vez nos prometieron.
Semana larga por delante para levantar ánimos y sobre todo trabajar para mejorar nuestra imagen en el que se antoja el peor de los escenarios posibles. No hay mal momento que mil días dure, ni líder que intimide a quien sigue creyendo. En una liga tan igualada, sabemos que todo puede pasar y no hay mejor oportunidad que el siguiente partido para retornar a blanco lo que ahora a todos nos parece negro.












