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Exposición de Cristina Ataíde en el CAB

Titulada, Lugares sin nombre, puede verse hasta el 26 de mayo de 2024.

Todo cuanto existe es susceptible de ser transformado en obra para Cristina Ataíde (Viseu, Portugal, 1951).

En correspondencia con una concepción según la cual cosas, cuerpos, interioridad, lo que se ve y lo invisible, lo que se siente y lo que se piensa; en suma, el mundo en su totalidad, forma parte de un “continuum” en movimiento, Cristina Ataíde teje en sus instalaciones una constelación de conexiones que permite deslizar el sentido conocido de las cosas hacia imprevistos significados. Habituales son en su trabajo materiales de la naturaleza como el agua, el polvo, la ceniza, la suciedad de los ríos, los limos, el cuerpo… sustancias inmateriales como el vacío, la memoria, el lenguaje, la identidad, el tiempo, la vigilancia… lugares como las montañas, los ríos, los faros…

Para el proyecto desarrollado para el CAB, Ataíde ha creado dos paisajes aéreos, suspendidos y monumentales que ocupan casi en totalidad el espacio. Construidos in situ, transforman el espacio expositivo en un lugar entre fascinante y misterioso. Mitad pintura, mitad escultura, mitad experiencia y azar, seducen por su belleza y fragilidad, por su contundencia física y a la vez por su evidencia liviana.

Reconocida también por sus grandes esculturas públicas, Ataíde maneja los materiales pétreos con una solvencia asombrosa. Bloques de mármol tallados con precisión y dispuestos de un modo que contradice la pesadez manifiesta del material, forzado a ser contemplado como un sillar imposible y ligero. Así sucede con la gran escultura, creada especialmente para esta exposición, una blanca y marmórea cadena montañosa tan exquisita en su talla como inquietante y conmovedora.

Cristina Ataíde ve en la montaña algo que trasciende desde el espacio físico al simbólico, conservándolo como un misterio en sí mismo. De ahí nace su necesidad de recorrerla, de comprender su naturaleza física y cuanto le ha acontecido.

El recorrer de Cristina Ataíde por la montaña le proporciona tanto la materia como el impulso para su laborioso ejercicio artístico. A esta práctica (física y metafórica) se suma el de la constante necesidad de registrar mentalmente (la memoria evocada como experiencia fenomenológica) y corporalmente (el esfuerzo físico como componente conceptual) el espacio recorrido. Ataíde transforma estas superficies en algo palpable, táctil; en instalaciones donde conjuga el dibujo, la escultura y la escritura.

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