Comentario de opinión de Jairo Velasco sobre la actualidad del Burgos CF.
Era lo que veníamos pidiendo, necesitábamos un Burgos con el que volver a sentirnos identificados. Un equipo cargado de energía y casta, valiente y descarado al que no le importe el rival al que se enfrente, apabullándole hasta el aplastamiento con el respaldo de una afición que únicamente necesita un poco de chispa para crear un ambiente como en muy pocos sitios en el mundo.
Una grada que nunca ha dejado sola a su plantilla por más momentos difíciles que hayamos transitado esta temporada, tanto en casa como en cada uno de los desplazamientos, demostrando que en las buenas es muy bonito estar, pero en las malas es cuando somos imprescindibles. Ímpetu y aliento por no dejar caer al piso el sueño del fútbol profesional por fin recompensado con un partido como el de este viernes, en el que renace una conexión que reclamábamos necesaria.
Volver a sentir orgullo por los que visten nuestra camiseta. Una lucha por los colores como la que haría cualquier aficionado al que se le diera la oportunidad de estar en el césped, apretando los dientes cuando uno de los mejores rivales de la categoría te tiene contra las cuerdas y estallando de alegría cuando le haces entender que esto es El Plantío y aquí rigen otras normas.
La semana pasada, pese a la victoria en Cartagena, decía que necesitamos jugadores que entiendan lo que es Burgos. Una tierra no demasiado acostumbrada a complicaciones tácticas ni a alardes técnicos, en la que nos encanta ver a un Curro enrabietado y entregado a la causa, peleando cada acción y que con cada patada que recibe hace aumentar los decibelios de estadio. Un capitán que puede aportar mucho más que goles y pases decisivos.
Oxígeno clasificatorio con el que el atenazamiento pareció esfumarse junto a las malas sensaciones, dejando ver una cara que nos recuerda a temporadas pasadas. Ramis dibujó una propuesta que aún casi no habíamos visto en su pizarra, demostrando que incluso alineando los mismos jugadores se puede jugar de una manera muy diferente y entendiendo que esa era la única manera de doblegar a un equipo teóricamente muy superior.
Personalidad que no desmoronó un plan en el que apenas se contempló ese bloque bajo al que nos tiene acostumbrados el entrenador tarraconense, yendo a buscar por todo el campo a un Almería también sorprendido ante la novedad. Un partido de diez en el que es difícil destacar a un jugador por encima del resto, ya que esto supondría desmerecer la fuerza de un bloque esencial para poder haber alcanzado la cuarta victoria consecutiva.
Números inverosímiles hace tan solo un mes que están convirtiendo este vital marzo en un periodo de récord solo tachado por la trampa a la que nos vimos sometidos en Castellón. Esta es la línea por la que seguir transitando de aquí a final de temporada, porque quizás numéricamente no de para mucho más, pero si que puede significar el borboteo de un caldo de cultivo con un aroma a positivismo que arrastre a futuros éxitos.
Hay muchas formas de perder y muchas de ganar, porque aunque los tres puntos sean los mismos, hay sensaciones que suman mucho más allá de una clasificación












