sábado, julio 27, 2024
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Tiempo de reflexión

Artículo de opinión escrito por Jairo Velasco, sobre las vivencias del reciente desplazamiento a Santander de la afición burgalesa y sus sensaciones y realidades.

Día muy difícil para escribir, de no saber por dónde empezar. Un viaje a Santander en el cuál los más de dos mil desplazados habíamos puesto toda nuestra ilusión por conseguir los tres primeros puntos a domicilio de la temporada, pero en el que todo lo que pudo salir mal, salió mal. Sin duda, acumulando sensaciones, se convirtió en una de las peores experiencias vividas lejos de El Plantío.

Sinceramente, cuando todo lo que envuelve al encuentro es tan desagradable, el resultado pasa casi desapercibido; Y es que en los autobuses de vuelta a Burgos no se hablaba de otra cosa que del pésimo trato recibido por parte de las autoridades a muchos de los aficionados que nos movilizamos a tierras cántabras. Una previa que debía ser una fiesta se quedó reducida al mínimo factor, y en la que los seguidores de ambos equipos estuvieron muy por encima de la tensión que los encargados de la seguridad intentaban infundir.

Aún no logro comprender la poca empatía que se demuestra hacia el aficionado que se esfuerza por seguir a su equipo allí donde va. Dinero, kilómetros y tiempo que pasan desapercibidos para los que mandan, los mismos que no dudan en sacar pecho mostrando el incombustible aliento que se aporta desde la grada, pero que dan la espalda cuando “su gente” les necesita. Todo tiene un fin, una gota que colma el vaso y para muchos de los que tenemos el escudo grabado a fuego en el pecho puede que esté cerca de llegar.

En lo que respecta al partido, lo único positivo con lo que nos podemos quedar es con el ambiente. Una batalla de decibelios entre dos de las mejores hinchadas de la categoría y que dejó momentos para el recuerdo. Esto fue acompañado con una sana rivalidad entre ambas aficiones, que parecen haber limado asperezas del pasado.

Deportivamente el partido fue nefasto. Parece que da igual el once que saquemos, el dibujo que dispongamos sobre el césped o la estrategia a utilizar, porque el resultado va a ser el mismo. Una especie de “bloqueo mental” que convierte al mejor equipo local de la categoría en una Cenicienta fuera de casa, autogenerándose las oportunidades en contra y encajando más de dos goles de media por partido, una auténtica lacra.

Si se le había achacado a Bolo demasiada valentía en sus planteamientos a domicilio, en El Sardinero parecía que la intención sería “guardar la ropa” y salir a la contra en cuanto surgiera la oportunidad. Vuelta al doble pivote que tanta estabilidad dio la temporada anterior y dos balas por banda para hacer el campo grande en las transiciones, pero por supuesto tampoco funcionó.

El Racing se adueñó pronto de la pelota, encontrando autenticas autovías por la zona central, aprovechando la tremenda descoordinación entre los centrales; Una pareja que no parece acoplarse por más partidos que trascurran. Los desajustes y despistes se acumulaban, y por más impulso que la grada intentaba dar, la sensación de que eso no podía salir bien se apoderaba de todos. El primer gol define a la perfección de lo que estoy hablando: un jugador local se libra de dos de los nuestros sin hacer ni si quiera un regate, centra cómodamente y el rematador (también sin oposición) da, a placer, la ventaja al Racing en el marcador. Esto hirió tímidamente el orgullo del Burgos, que intentó sobreponerse con ese latigazo de Ojeda que se quedó a milímetros de firmar el empate. Pero fue un espejismo.

La segunda parte no dio ni oportunidad para cambiar el rumbo del partido. Segundo mazazo en otro fallo de marca y lo poco que quedaba del castillo de naipes, se vino abajo. Sin atisbo de reacción, fuimos un títere a merced de un conjunto santanderino que podría haber hecho mucho más daño si se lo hubiese propuesto. Desde el campo y desde la grada solo anhelábamos que el pitido final llegara mientras los aficionados locales se divertían con otra infinita y dolorosa ola. Un deja vu de lo ocurrido hace menos de un mes en el José Zorrilla.

Para finalizar esta memorable tarde por Santander, la vuelta a casa se demoró más allá de la una de la madrugada. Si ya la salida del estadio fue complicada y larga (debido a los esmeros de los agentes en que todo estuviese en orden), el autobús en el que viajábamos sufrió una avería en el motor y no nos quedó otra que aguardar el arreglo durante más de una hora.

Visita inesperada a la localidad de Tanos, que muchos de los allí presentes ya habíamos visitado alguna que otra vez en aquellos míticos encuentros frente al Tropezón. La resaca que deja este partido es muy mala. Un lunes muy cuesta arriba en el que encontrar explicaciones se antoja muy complicado, y con una semana entera por delante hasta que intentemos ponernos la tirita, en esta infinita montaña rusa, ante un Real Zaragoza que también llegará herido tras sus últimos resultados.

Seguiremos remando.

Aupa Burgos.

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