Análisis y comentario de un descenso que se veía venir
El presidente y la plantilla del San Pablo pidieron perdón a la afición de rodillas.- Foto: Jarcha/Burgosdeporte

El dicho popular “lo que mal empieza mal acaba” puede ser el resumen perfecto de la temporada del Hereda San Pablo Burgos. Ya desde el encuentro de presentación en pretemporada ante el Porto se vio cómo el equipo distaba mucho de ser el de las dos anteriores temporadas. Si a ello se le unía fuera del parquet la ambición de igualar o mejorar resultados pasados, esto añadía un plus de presión que pronto podía pasar factura. Y así fue.
Las tres victorias seguidas a principio de temporada parecían un bálsamo, pero de nuevo se toparon con la dureza de la competición y seis derrotas consecutivas volvieron a meter de lleno al equipo en la zona baja de la clasificación. Y fuera de la pista, nuevas declaraciones para nada acertadas sumaban más presión si cabe a un equipo que para nada se sentía cómodo jugando al baloncesto.
Llegaron los cambios, tanto en el banquillo como en los jugadores. La llegada de Maldonado parecía no convencer ni a aficionados y, lo que era más preocupante, a la directiva del conjunto burgalés. Así que el posible idilio se esfumó en un abrir y cerrar de ojos, provocando un terremoto en el mundo del baloncesto. Se decidía fichar a Paco Olmos, quien se desvinculaba de Breogán generando mil y una opiniones enfrentadas entre sí. La apuesta era terriblemente arriesgada, pues parte del aficionado al baloncesto no entendió el movimiento y el cuadro azulón se convirtió en el favorito número uno para ocupar el descenso en la quinielas de muchos seguidores rivales.
El paréntesis de la Intercontinental confirmó que el equipo no estaba llamado para cotas mayores, y que el club debía volver a pensar que el objetivo de cada temporada debía ser única y exclusivamente la de sobrevivir en la máxima categoría del baloncesto español. La victoria agónica ante Bilbao Basket pareció encender de nuevo la comunión entre equipo y afición, pero fue de nuevo un espejismo ante el tramo final de competición.
Tras el partido y la derrota ante Breogán en la vuelta de Paco Olmos a Lugo, leí en una de las crónicas del encuentro que el descenso de esta temporada no iba a estar en los dos peores equipos sino en aquellos que más errores cometieran. Y suscribo esta frase palabra por palabra, sobre todo viendo el tramo final de competición. La victoria ante Joventut pareció dar alas ante las seis finales que quedaban por disputar. Pero en apenas 48 horas se pasó de ver el cielo algo despejado a tener oscuros nubarrones por encima de nuestras cabezas. La derrota ante Obradoiro, donde el equipo erró en el momento decisivo del partido les dejó de nuevo al borde del abismo, al cual se lanzaron tras tirar por la borda una victoria que tenían en su mano en la pista de Andorra. La victoria ante Unicaja sirvió para llegar a la última jornada todavía con posibilidades de salvación. Lo apretado de la clasificación, provocó una última semana llena de nervios e ilusión, las cuales terminaron por esfumarse después del descanso del partido ante un Fuenlabrada que fue el único de los dos equipos que creyó firmemente que debía ganar el partido. El Hereda San Pablo, una vez más, volvía a fallar en el momento decisivo, certificando lo que todos ya sabemos, el descenso de categoría, y con ello, tanto en el aficionado como todo el personal del club, se instalaron el llanto y la decepción.
Muchos han buscado culpables, tanto en la pista como fuera de ella. Jugadores, entrenadores, el director deportivo y el presidente del club han sido señalados con el dedo por gran parte del aficionado burgalés. Prueba de ello fueron algunos improperios que tuvo que escuchar Paco Olmos al abandonar el Coliseum o las críticas que se han vertido sobre la directiva, la cual es quien ha recibido las críticas más ferces. Creo que su presidente se ha equivocado en varias ocasiones en sus declaraciones, pues en ellas llegó normalizar lo extraordinario, y repitiendo que no había que olvidar de donde veníamos pero sí olvido saber quiénes éramos. Por presupuesto, por historia, cada temporada debía tener como primer y principal objetivo salvar la categoría y esto pareció pasarse por alto al principio de temporada.
Pero ya vale de poco lamentarse y en el escenario actual del club aparecen dos opciones, la de resignarse y bajar del barco, o la de volver al punto de partida. Y estoy firmemente convencido de que gran parte de la masa azulona ansía por tener la segunda. El descenso no debería suponer el fin del equipo sino una mala pesadilla de la que más pronto que tarde terminemos despertando. Para ello, toca hacer mucha autocrítica interna a nivel de club para no cometer los mismos errores y empezar a pensar en la próxima temporada, donde esperemos la masa social azulona siga respondiendo y que la sonrisa y la ilusión vuelvan a apodarse de sus rostros.
El deporte nos ha demostrado una vez más que lo difícil no es llegar arriba sino mantenerse. También, que la grandeza de alguien no se mide por las veces que cae, sino por las veces que es capaz de levantarse. Hemos tropezado sí, pero ahora toca trabajar para volver a demostrar aquello que dicen nos enseñó el campeador, y es que hay que luchar hasta el final, pues si lo hacemos tarde o temprano estaremos de nuevo en pie confirmado aquello que ansiamos ahora mismo: volver.